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Una de las características del paisaje campestre andaluz es la presencia de ermitas en el entorno de sus pueblos y ciudades. Se trata, a veces, de humildes iglesias blancas y, otras, de impresionantes santuarios.
Aparecen perdidos en las arboledas, asomados entre las dehesas o coronando los riscos más altos de las sierras, siempre con la característica común de la paz y el sosiego.
Luego, durante un día de romería, ese remanso de silencio se torna bullicio y alegría, con la presencia de los devotos (o romeros) que acuden hasta allí, para venerar a las imágenes sagradas que albergan.
En Córdoba, la primera de estas romerías es la de Santo Domingo de Scala Coeli y se suele celebrar a finales de abril, coincidiendo con el penúltimo domingo de Cuaresma, en honor a San Álvaro, patrono de las Hermandades y Cofradías de la Semana Santa. Son las que, en estrecha colaboración con el Ayuntamiento de Córdoba y la Federación de Peñas, contribuyen a que esta fiesta, con más de quinientos años de historia, haya ido enriqueciéndose paulatinamente.
Desde primeras horas de la mañana, los cohetes anuncian el paso de los romeros y, cuando la torre de la Catedral cordobesa repica las diez campanadas, toman el “caminito de Santo Domingo” (que reza la copla de Ramón Medina que el pueblo ha hecho suya), siguiendo el itinerario de los jardines de la Victoria a la Plaza de Colón y desde el Pretorio al Brillante, hasta adentrarse en la sierra cordobesa. A su paso la ciudad se llena de cantes populares, música y palmas, convirtiéndose en el escenario perfecto desde donde poder contemplar el transcurrir de las carrozas.
Hechas a base de papel, cartón y muchas horas de trabajo artesanal, reproducen a veces monumentos emblemáticos de la ciudad, elementos de los mismos, o fantasiosos arcos y formas de una Córdoba de ensoñación.
Entre la delicada geometría de las carrozas, las mujeres y los pequeños romeros lucen los vivos colores del faralaes y la austeridad del traje campero, escoltados por los jinetes a lomos de los afamados caballos árabes de Córdoba. Así comienzan a “hacer el camino”, de una diez kilómetros de recorrido, hasta la antigua torre Berlanga, donde se alzó este santuario regentado por dominicos y cargado de historia.
Pero fue mucho antes, en el 1400, cuando fueron testigos de una hermosa leyenda que Sánchez de Feria dejó reflejada en sus textos y el pueblo guardaba en su memoria. Comienza cuando en 1423 el religioso (y a la postre santo) Álvaro de Córdoba decide retirarse a un lugar recatado de la sierra, después de haber realizado labores de apostolado en Tierra Santa. Así se alza el monasterio de Santo Domingo de Scala Coeli, que era conocido ya como lugar de peregrinación. Profundamente identificado el fraile con el símbolo de la cruz, a través de la cual tuvo algunas experiencias místicas, colocó gran número de ellas en los caminos del santuario.
Cuenta la leyenda que por uno de esos caminos bajaba el santo con frecuencia hasta Córdoba para pedir limosna del sustento de su comunidad. Un mañana encontró a un pobre semidesnudo, plagado de llagas, de aspecto tan débil y enfermizo que la muerte casi asomaba a su rostro. Álvaro lo envolvió piadosamente en su capa y lo cargó sobre sus hombros. Llegados ambos al santuario, depositó al enfermo en la entrada y fue a buscar a sus hermanos. Al regreso, cuando descubrió el cuerpo tras la capa, hallaron una bellísima talla de Cristo Crucificado. Es el Cristo de San Álvaro, a quien se le rinde culto en los tres últimos domingos de Cuaresma, siendo el penúltimo de estos días de la romería.
Una vez alcanzado el santuario, la ofrenda floral, una misa concelebrada y una corta procesión del Santo por los alrededores son el preámbulo de un día de fiesta en el que la explanada de Santo Domingo se convierte en una feria de encuentros y convivencia, para los más de cinco mil cordobeses y forasteros que allí suelen concentrarse.
Hasta la puesta de sol, todo será un constante compartir los bailes, los cantes, los vinos de la tierra, el típico perol cordobés, los huevos duros y las habas guisadas que, de acuerdo con la tradición, toman todos los romeros.
Finaliza así una jornada que, para muchos cordobeses, ya se escribe con mayúsculas en su calendario festivo; un día que siempre dejará grato recuerdo en el visitante, siendo la mejor ocasión para fundirse en su honda tradición, participando en una fiesta acogedora y solidaria, donde todo se comparte y nadie se siente forastero.
Historia
Aunque ahondando en los vestigios de muchos de estos santuarios, se puede descubrir que el espacio que ocupan fue también lugar de culto para religiones anteriores; tras la conquista católica, su razón de ser aparece siempre rodeada de antiguas historias y leyendas de santos.
Por lo general suelen ser templos que, según la tradición, se levantaron en honor de una Virgen o Santo concretos, protagonistas de un suceso sobrenatural que pudo ocurrir en ese mismo lugar.
En otras ocasiones, en cambio, el prodigio se ha producido lejos de la ermita, siendo la propia imagen, convertida con frecuencia en Patrón o Patrona de los feligreses, la que ordena la construcción de la ermita para su veneración.
En torno a este primer hecho milagroso se van reproduciendo otros, que de forma oral o escrita, trascienden a través del tiempo, junto con la tradición de convertir en día de fiesta, baile y alegría, que comienza con la salida en peregrinación hasta el santuario, sobre carrozas engalanadas, a caballo o a pie.
Fecha
- 23 de abril 2023 - Penúltimo domingo de cuaresma (Finales de abril).